Viviendo con los Santos

Cuatro de nosotros misioneras laicas Columbanos vivimos en el presbiterio adjunto a la iglesia de San José en Nechells que está rodeada de cementerio por todos lados. El lugar es muy tranquilo y pacífico, pero honestamente hablando también, por las lápidas que veo alrededor de nosotros, a menudo se me recuerda orar por las almas, “Concédeles el descanso eterno, oh Señor, y luzca para ellas la luz perpetua, que descansen en paz. Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. ¡Amén!”

Muchas veces la personas no pueden creer que este es el lugar donde vivimos. La primera vez que tomamos un taxi a casa por la noche, aunque le dijimos al taxista donde dar vuelta, tomó el giro equivocado. Le explicamos, y el conductor preguntó con incertidumbre en su voz, “¿Viven aquí? ¿Aquí?” Nos reímos y le aseguramos, “¡No te preocupes hermano, somos humanas!”

Antes de unirme a los misioneros laicos Columbanos, leí un artículo fechado hace más de doce años, que explicaba que en la iglesia primitiva, todos los creyentes eran llamados santos. En efecto eso también fue mencionado en el “Sunday Plus” del 9 de octubre de la revista parroquial, distribuida en nuestra iglesia actual San José. Hoy en día solamente pensamos en los santos como aquellos que murieron y están oficialmente canonizados por el Papa, pero en la iglesia primitiva se refiere a todos los creyentes en Jesucristo, tanto los vivos como los muertos.

Teniendo esta definición de un santo en la iglesia primitiva en mi mente, cuando fuimos informadas que el presbiterio de San José estaría vacante y se nos preguntó si estábamos dispuestas a vivir ahí, tuve la valentía de alzar mi mano y decir SI. Había estado orando a San José por varios meses anteriores a esto mientras buscábamos un lugar donde vivir porque el propietario de la casa que estábamos rentando en ese momento estaba planeando venderla. Para mí, el nombre del lugar en sí era una confirmación de que San José realmente nos ayudó y nos había proporcionado un lugar para quedarnos, de la misma manera que lo hizo con Jesús y María.

Algunas veces la gente dice, “No tienen vecinos donde viven”. Para mí, los santos y los fieles difuntos que nos rodean son nuestros vecinos, seguramente mientras oramos por ellos, ellos están orando por nosotros también. ¡Nuestra casa está unida a la iglesia lo que hace de Jesús nuestro vecino de al lado! Jesús resucitó, Él y Sus creyentes están realmente vivos, porque ¿cómo puede Él hablar a Moisés y Elías en el Monte de la transfiguración si están muertos o durmiendo?

Para las cuatro de nosotras misioneras laicas que vivimos juntas en el presbiterio, con toda honestidad, sabemos que no seremos santas que serán canonizadas por el Papa. Así como los apóstoles de Jesús en la Biblia, a veces tenemos momentos de bienaventuranza en nuestra jornada juntas, y algunas veces también tenemos momentos difíciles, pero confiamos que en Su tiempo, Jesús completará las buena obra que comenzó en cada uno de nosotros, aunque la fe en nuestro corazón puede ser pequeña como un grano de mostaza. Con ese pensamiento , y la definición de “santo” en la iglesia primitiva, creo, que estoy viviendo con santos dentro de la casa también, así como fuera de nuestra casa.

Reflexionando en la lápidas que rodean nuestra casa, para mí son un recordatorio constante de Dios y de ser humilde y abrazar mi mortalidad. Por lo tanto, como la misionera Etiennne de Grellet, una vez dijo, “Pasaré este camino una sola vez; cualquier bien que pueda hacer o cualquier bondad que pueda mostrar a cualquier ser humano, déjame hacerlo ahora. No lo aplace ni lo descuide, porque no volveré a pasar por este camino de nuevo”. Que Dios me de la gracia de aplicarlo consistentemente en mi vida antes de unirme a los creyentes de Jesús en el otro lado.

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