Un abrazo desde siempre y para siempre

Ese miércoles de Octubre por la tarde estábamos juntos cuando de pronto sonó el teléfono, era un número desconocido, cada vez que eso ocurría nuestros corazones se agitaban pese a que sabíamos que esta espera demoraba un tiempo. Al contestar una voz nos decía “estamos llamando del Servicio Nacional de Menores (Sename): Les tengo una buena noticia, son papás! Su hijo es un varoncito de 1 año”.
No logramos escuchar más…el llanto y las risas se abrazaban en un solo corazón…pronto nos encontraríamos con nuestro hijo en un “para siempre”.

Desde nuestro noviazgo, mi esposa y yo compartimos el deseo de formar una familia y desde ese entonces hablamos sobre la posibilidad de ser padres por medio de la adopción. Era como si algo en nuestro corazón nos dijera que el encuentro con nuestros hijos iba a ser diferente, por eso, cuando nos dimos cuenta de que no podíamos embarazarnos, nos tomamos de la mano y vivimos nuestro duelo. Al tiempo nos dirigimos a la unidad de adopción del SENAME para iniciar el camino que nos permitiría encontrarnos con nuestro hijito. Era Diciembre…

No es fácil de definir los primeros pasos, el proceso es profundo, potente, nos hizo tomar conciencia de la propia historia que desde ese momento comenzaba a abrirse y comprenderse desde un corazón que crecía de una forma nunca antes imaginada, sí…por que nuestro vientre no aumentaba pero el amor que acunaba en nosotros a nuestro hijo era indescriptible.

Este camino no lo hacíamos solos,  cada conversación entre ambos y luego con la familia fue un paso vivido de la mano de María. Nuestros corazones latían fuerte, ansiosos, esperanzados.  Orábamos cada día por nuestro hijo, le pedíamos a ella, que como madre, cuidará de él, que no pasara frío, que hubiese alguien que lo acunara, que secara sus lágrimas y riera con sus gracias. Cómo expresar y transmitir esa certeza de sabernos amados y la tranquilidad de saber que nuestro hijo estaba siendo cuidado.

En Junio nos avisaron que habíamos sido declarados idóneos para ser papás por medio de la adopción. No podíamos callar toda esa felicidad, la compartimos con la familia, los amigos, en nuestros trabajos: nuestra espera comenzaba, agradecidos y tomados de la mano de Dios. Nos deteníamos cada noche para orar  y dar gracias a Él por nuestro hijo, la calma acariciaba nuestros corazones cuando orábamos por él, no por una idea ni por alguien virtual, nos deteníamos a orar por alguien real, de carne y hueso… era también nuestra forma de vivir una espera distinta, una que puede durar años o meses, una espera que es invisible a los ojos de los demás, la espera de  quien sin conocer, sin poder sentir aún sus latidos, ni poder contemplar sus ojos, amábamos  desde siempre y para siempre, desde antes de iniciar este caminar de la adopción, él ya estaba y Dios lo había hecho nuestro hijo y a nosotros sus padres.

Aquella llamada de octubre transformó nuestra vida…nuestra historia…era miércoles y nos cuentan que el lunes finalmente nos encontraríamos con nuestro hijito.  Abrazos interminables, risas, lágrimas, alegrías, ansiedad, curiosidad… así los sentimientos afloraban durante esos días. 

El día del encuentro nuestros corazones estaban a full, sólo queríamos tenerlo en nuestros brazos a sabiendas que el acercamiento debía ser más cuidadoso. La psicóloga y el asistente social nos miraban y en sus ojos sólo veíamos alegría y ansiedad, la nuestra se desvaneció de un momento a otro… ahí estaba él, frente a nuestros ojos, tan real como nuestras certezas de que él era nuestro hijo, amándolo desde mucho antes que cruzara la puerta. Contenidos y serenos iniciamos ese encuentro que es tan profundo, distinto e íntimo. Nuestra acompañada espera se transformaba en una dulce y aventurada vida juntos.

Van a ser dos años y este caminar se sigue construyendo día a día. Tantas certezas que hay que trabajar y acariciar, los “siempre” ya no son simples palabras al viento, son certidumbres que hay que palpar y asentar.

Hay fechas y momentos que, con Dios a nuestro lado, hemos ido viviendo con la palabra precisa, esa que no sabes que la dirás pero aflora y genera esa tranquilidad que no sabías que pudiésemos buscar ni lograr. Esta última navidad, al armar el pesebre juntos, le contamos a nuestro hijo la historia del nacimiento de Jesús y abrazar sus preguntas de niño nos permitió hablar del vientre desde el cual nació  Jesús y por ende de donde nació él. A veces, en la soledad, caen las lágrimas al reconocernos que no fuimos nosotros sus progenitores, pero ahí, en esos momentos aflora también esa tranquilidad que nos ha dado la oración y la certeza que para que sea él, con sus tremendos dones, con esos ojos color ébano que exploran la vida y el universo que lo rodea  de una manera única,  Dios permitió que naciera en otro lugar, en otro vientre, para encontrarnos y caminar con sus dones y regalos, con su historia que enriquece la nuestra y forma ahora una sola.

Es él nuestro hijo, el que inunda con sus hermosas sonrisas, sus profundos ojos,  su especial gusto por la música y la danza, el de risa contagiosa y preguntas profundas, el de perseverancia a toda prueba, como un ser único y especial a la familia. 

Lo esperábamos desde siempre y para siempre, lo hubiésemos echo la vida entera de ser necesario, lo amamos con sus dones, desafíos y regalos, oramos y damos gracias cada día por Gabriel, por su historia, por quienes le dieron la vida,  la que gracias a Dios, podemos construir juntos.

Revista