Acción de Gracias, mi celebración Americana favorita, se celebrará el 25 de noviembre este año.
Recientemente me encontré con una lista de diez cosas por las que debo estar agradecido. A primera vista no parecían muy apetecibles: madrugadas, lavado de ropa, fregar platos, zurrapas en el piso, compra de despensa, lavado de los escusados, ruido, preguntas interminables de los niños, y cansancio. De alguna manera, estoy adivinando una lista escrita por una mamá ocupada, pero estoy seguro de que hay papás que también comparten algo o todo esto. Papás, díganme si estoy en lo correcto.
Sin embargo, cada una de estas quejas, tiene su lado positivo: madrugadas puede significar que hay niños a quien amar. Limpieza de la casa significa que tienes un lugar seguro en donde vivir. Lavado de ropa implica ropa para usar. Platos significa comida para comer. Esas zurrapas en el piso pueden ser signo de comidas familiares. Llevar despensa a casa implica que pudiste comprarla. Aún escusados para limpiar son un signo verdadero de plomería interna. Una casa ruidosa significa que hay personas en tu vida. Niños con preguntas interminables es crecimiento intelectual. Y cuando vas a la cama sintiéndote adolorido y cansado, al menos estás vivo.
Estos dos últimos años han sido difíciles para todos: la pérdida de personas que conocíamos que murieron, la mutación del virus, el uso de la mascarilla, el aislamiento, la inflación de los precios… No hay muchas cosas que agradecer a esa lista.
Pero, sin embargo, mientras en los Estados Unidos nos acercamos al fin de semana de Acción de Gracias, tenemos una gran variedad de cosas para ofrecer oraciones de agradecimiento. Pero al mismo tiempo, nuestra preocupación debe extenderse más allá de nuestras preocupaciones domésticas. El virus que ha azotado a nuestro país tan duro y rápido el año pasado no ha desaparecido. Esos pequeños bichos redondos se han extendido en otros países con menor infraestructura médica y menos facilidades para ayudar a los miembros del público a conservar su salud.
Creo que la cosa mas tonta que una persona puede decir a otra es, “tú destino no es el mío”. Pero de alguna manera, hemos tratado de gobernar nuestro mundo por los últimos siglos.
A las personas que tienen acceso a las vacunas más avanzadas no les importa mucho como los pobres van a tener acceso a ellas. El Papa Francisco ha presionado por una igualdad global en lo que concierne a las vacunas del COVID 19, pidiendo a los países y compañías que renunciar temporalmente a los derechos de propiedad que tienen para agilizar la distribución. Lamentando lo que él llama “el virus del individualismo”, el Papa Francisco argumenta que no conduce a la libertad o igualdad sino a la indiferencia al sufrimiento de otros.
Muy parecido al coronavirus que ha remodelado muchas industrias en todo el mundo, el Papa Francisco argumenta que el virus del individualismo tiene muchas variantes. “Una variante de este virus es un nacionalismo cerrado, que impide, por ejemplo, una internacionalización de las vacunas”, dice el Papa, a raíz de una decisión tomada por la administración de Biden de renunciar a los derechos intelectuales de las vacunas del COVID-19.
De la misma manera, las personas en las áreas que no sufren de los peores efectos de cambio climático no ha mostrado una preocupación suficiente acerca del carbón que es bombeado en la atmósfera.
En Laudato sí, el Papa Francisco es claro acerca de la conexión entre la salud del mundo natural y la salud de su población”. “El clima es un bien común, pertenece a todos y significa para todos”.
En el nivel global, “es un sistema complejo unido a muchas de las condiciones esenciales para la vida humana”. Él llama por un replanteamiento de nuestras relaciones con la tecnología, acentuando que: “Tenemos que aceptar que los productos tecnológicos no son neutrales, ya que crean una estructura que termina condicionando estilos de vida y estableciendo posibilidades sociales en las líneas dictadas por los intereses de ciertos grupos poderosos”.
Podemos estar agradecidos de tanto, pero hay mucho por hacer en la casa desordenada que es nuestro mundo.
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