En nuestra tradición Católica, hacemos énfasis en la oración, el ayuno, y la limosna durante el tiempo de Cuaresma. El propósito de estas prácticas espirituales no es que suframos más, sino que nos acerquemos más a Jesús y a la gente que nos rodea.
La lectura del evangelio al inicio de la Cuaresma nos recuerda que Jesús pasó cuarenta días en oración en el desierto. ¿Por qué Jesús escogió el desierto? Muy posiblemente porque el desierto es un lugar de silencio y él quería estar en un lugar tranquilo donde podía no solamente hablar a su Padre, sino también escucharlo a Él sin distracciones. Aunque yo no puedo fácilmente viajar al desierto, me gusta orar en silencio temprano en la mañana antes de ocuparme y distraerme en las tareas del día.
Jesús también ayunó durante cuarenta días en el desierto. El ayunó no solamente porque había poco alimento en el lugar, sino porque él deseaba experimentar su propia debilidad y vulnerabilidad. Cuanto más el conoció sus propias limitaciones, más pudo él sentir su dependencia en Dios el Padre y crecer en compasión hacia otros en sus debilidades y sufrimientos. Aunque yo no practico un serio ayuno durante la Cuaresma, en ocasiones cuando me privo de alimento o bebida, inmediatamente siento mi propia vulnerabilidad y fragilidad.
Cuanto más me doy cuenta de mi propia fragilidad, más compasión siento por aquellos que están cerca de mí y que sufren de muchas maneras. Esto me lleva a ser más compasivo y más servicial hacia aquellos que se encuentran en necesidad, ya sean en mi propia familia, en mi comunidad, o en un lugar lejano. Quizás, por eso, daré dinero a alguien que pide en la calle en lugar de comer en un restaurante, o me siente pacientemente con un amigo anciano y escuche respetuosamente su historia por décima vez, o dé palabras de ánimo a una persona joven que está perdiendo la esperanza de encontrar trabajo.
Durante este tiempo de Cuaresma, que la oración, el ayuno, y la limosna les ayuden a ser más amigos de Dios y de aquellos en necesidad en el mundo que les rodea.
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