¿Qué hace que una vida tenga éxito en el gran esquema de las cosas, es decir, un éxito en el plan de Dios?
A lo largo de los siglos, el mismo mensaje hace eco: no es a través de la fama, el poder, la fuerza, el logro y la adquisición de fortuna lo que da el éxito a nuestras vidas.
Una mirada a las vidas de los santos cuenta una vida exitosa no trata de superar los obstáculos, circunstancias u otras personas. Se trata de superarnos nosotros mismos. Los santos y otros héroes cristianos tomaron sus indicaciones de estas pocas líneas en el Evangelio de San Mateo: “Bienaventurados los pobres de espíritu. Bienaventurados los que lloran. Bienaventurados los mansos. Bienaventurados los que tiene hambre y sed de justicia. Bienaventurados los misericordiosos. Bienaventurados los puros de corazón. Bienaventurados los pacíficos. Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la justicia.”
Estas pocas frases no son la versión de la iglesia de “las mejores prácticas para la felicidad.” Están vienen del corazón de Jesús. Al escuchar las poéticas palabras de Jesús, es muy fácil decir, “Esto está fuera de mi alcance,” o “Esa no es la manera que funciona el mundo.” Dios no se centra en nuestra manera de pensar sino en lo somos llamados a ser.
Ser mansos y humildes de espíritu no es el lograr grandes cosas, o adquirir mucho. Se trata de vivir la vida con un corazón vulnerable y abierto. No se trata de aislarnos de las realidades de la vida en el mundo. Las bienaventuranzas nos enseñan a confiar en Dios más que en la autosuficiencia.
Recuerda, Dios escoge lo que es tonto para avergonzar a los sabios y lo que es débil para avergonzar a los fuertes. Las bienaventuranzas son nada menos que el camino de la cruz, la más completa expresión de una “vida derramada.”
La arrogancia de la autosuficiencia es una forma de orgullo que sólo dará paso a la mansedumbre, si nos damos cuenta de que todo lo que somos y tenemos viene de Dios, y entonces empezaremos a vivir como pobres de espíritu.
La pobreza o las indignidades de la enfermedad nos conectan con el dolor del mundo por que no podemos evitar llorar. Sin embargo, el reto es pensar menos en nosotros mismos y ser más misericordiosos con los demás. Cuanto más miremos a Dios mucha más hambre y sed de justicia tendremos. Reconciliarnos con Dios y nuestro prójimo, nos convierte en pacificadores. Los discípulos de Cristo están algunas veces decididos a ser perseguidos por una vida de rectitud. Es la vida por la cual Cristo murió y resucitó.
Vivir las bienaventuranzas es vivir una vida de imprudencia, exuberante, de abandono a Dios y a nuestro prójimo. Imprudente, exuberante, de auto entrega a Dios “que nos amó primero y se entregó así mismo por nosotros.”
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