Fue un día caluroso y soleado en febrero cuando cuatro seminaristas y cuatro laicos de los Colaboradores de Misión Columbana se dispusieron a prepararse para un mes de misión en el norte de Lima, Perú.
Después de siete horas de viaje, finalmente logramos llegar a la pequeña ciudad que llegaríamos a conocer como Jimbe, una pequeña comunidad compuesta principalmente por agricultores. Cuando comenzamos nuestra primera semana de visitas, noté que a pesar de que era un desierto todavía había vida en estas comunidades, tanto en el sentido de la tierra como de las personas.
Tuve una experiencia similar con la gente de Jimbe. Cuando nos propusimos visitar a las personas en los pueblos de Santa Rosa, Macracancha y El Arenal, vimos casas mal construidas con techos que no podían repelar el agua, a pesar de que se sabe que llueve al menos tres veces a la semana en ese distrito. Vimos casas que fueron destruidas por la erosión de la tierra e inundaciones. Observamos todas estas realidades y escuchamos muchas historias de personas y de su párroco, el padre John Davis. El padre John nos advirtió que no nos dejemos engañar por el hermoso diseño externo de las casas, porque algunas casas pueden ser atractivas por fuera, pero están desnudas por dentro, lo que significa que no hay muebles ni colchones. Algunas familias tenían que dormir en el piso con los niños en los brazos de sus madres para así mantenerse cálidos por la noche. Tuve la suerte de presenciar dos ocasiones en las que la unidad del pueblo demostró ser más fuerte que cualquier cosa que se interpusiera en su camino.
La primera vez fue una sorpresa, recibimos noticias de que un canal de agua se había roto debido a las inundaciones que provenían de la cima de las colinas e inundaba campos de mangos que causaban la erosión de la tierra y destruía casas a su paso en un pequeño pueblo llamado El Arenal. Eventualmente un grupo de hombres vino desde pueblos cercanos para ayudar. Algunos de nosotros del programa de misión decidimos ayudar de la mejor manera posible y en dos o tres días el canal fue reconstruido y restaurado a buenas condiciones de nuevo. A través de su perseverancia lograron mantener sus granjas en buen estado de salud. El municipio ayudó de algunas maneras, pero creo que sin la fuerza y el coraje de los hombres de las aldeas dentro y alrededor de El Arenal, el canal no se habría construido tan rápido y tan bien.
La segunda ocasión ocurrió pocos días después de la primera, cuando celebraron un festival llamado “Yunza” que se celebró en Jimbe donde tenían la tradición de cortar un enorme árbol del pie de la colina, amarrarle una cuerda y juntos en comunidad, jalarían al árbol hasta la cima atravesando la ciudad. Me quedé asombrado por la forma en que encontraron alegría y esperanza en medio de la tristeza y la pérdida.
Cada día de misión comenzó con una oración Laudes con el párroco y terminó con una misa generalmente en la capilla principal de la ciudad. Estas oraciones y misas son la clave de nuestra misión al extraer fuerza de la fuente de toda la creación y la razón de nuestra misión, para continuar la misión de Jesucristo de la manera mejor descrita por San Francisco “Predica la palabra de Dios a todo el mundo, usa palabras si es necesario”.
En la misa final del sábado por la noche, me sorprendió que el celebrante principal, el padre Wilmer, pidió a mi hermano y a mí que compartiéramos algunas palabras sobre nuestra experiencia de misión. Después de consultar con mi hermano, decidí aprovechar la primera oportunidad para agradecer a la gente por ayudarme a creer que Dios existe en Jimbe, a pesar del peligro que enfrentan todos los días de desastres naturales y pobreza económica en esta pequeña ciudad. Dios tiene su manera de afirmar su amor y presencia en ellos. Minutos antes de que comenzara la misa, hubo una procesión de tres cruces que llegaron desde la cima de la colina, y dijeron que también era una tradición de la comunidad llamada “Cruz del siglo”. Es a partir de esta experiencia que creo que los tiempos oscuros son solo oportunidades para que la luz de Dios brille más en una tierra que fácilmente podría llamarse muerta. Hay vida y vida en abundancia.
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