“Hola a todas y todos, saludos muy cordiales desde Lima, Perú”. Mi nombre es Iowane Najo, un seminarista Columbano de Fiji, estoy trabajando en mi primer programa de asignación misional en Lima, Perú, con los Columbanos. Vivo con un grupo multicultural y multinacional, un peruano (P. Gabriel), un filipino (P. Dylan), dos coreanos (P. Rafael y P. Francisco), y somos tres fiyianos (P. Iowane Gukibau, Atonio y yo).
Hasta ahora, ha sido una experiencia desafiante pero rica para mí, a pesar de que nuestra participación en las actividades parroquiales es muy limitada debido a la pandemia. Han pasado ya ocho meses desde que las iglesias cerraron, y esperamos que se abran gradualmente, con los respectivos y necesarios protocolos, para fines de noviembre 2020. Por ahora todas las liturgias, novenas y las celebraciones de la Eucaristía son trasmitidas por internet a través de Zoom y Facebook. Pero también hemos estado ayudando a familias necesitadas proveyendo paquetes de comestibles, tanto a peruanos como venezolanos durante esta pandemia.
Viendo a las personas vulnerables sufrir a nuestro alrededor durante este encierro realmente me frustró también a mí. Pude verlo por la televisión, pero pude también presenciarlo en nuestro vecindario. Empecé a preguntarme: ¿Como misioneros, por qué no hacemos más para ayudar a estas personas? Este es el tiempo en que la gente realmente necesita nuestro acompañamiento. Me enredé con esta pregunta y como siempre se la ofrecí a Dios durante mi oración. No pude continuar con esta tensión así que, la compartí con dos de mis compañeros. descubrí que también ellos estaban pasando exactamente por la misma experiencia.
Esto me llevó a una reflexión más profunda, y me di cuenta de que esta situación es nueva para todos nosotros. Ninguno de estos sacerdotes jamás la habían experimentado aun cuando habían estado trabajando aquí durante algún tiempo. Todos tratábamos de darle sentido a esta nueva situación. Entonces, empezamos a hablar de la situación y decidimos como grupo reunirnos una vez por semana, solamente para tener un espacio para reflexionar sobre nuestras experiencias. Esas reuniones semanales fueron muy benéficas para mí, y empecé a entender que no estaba solo en esta situación. Me ayudo a reflexionar más sobre mi vocación misionera y a identificar nuevas formas de ser iglesia en esta situación. Entendí que esta situación era realmente desafiante, pero al mismo tiempo confié en que Dios nos estaba invitando a ser más prácticos en nuestra fe, quizás nos estábamos enfocando más en amar a Dios, pero no tanto en amar a nuestro prójimo. Esta situación nos invitaba a encontrar un término medio, un equilibrio adecuado entre nuestro amor a Dios y nuestro amor a nuestro prójimo. Me di cuenta de que no podíamos separar estos dos grandes mandamientos que define nuestra verdadera humanidad; conviven en la naturaleza como los dos lados de una moneda. Es imposible amar a nuestro prójimo sin experimentar nosotros mismos el amor de Dios.
Trabajar en la Escuela de Necesidades Especiales Manuel Dato es una de mis experiencias favoritas durante esta pandemia. Durante una de nuestras reuniones de formación de Zoom con el P. Lalo (P. Ed O’Connell, Columbano), me sorprendió que sugirió la posibilidad de que hagamos jardinería en Manuel Duato ya que tienen mucho espacio vacío allí. Al escuchar esto, estaba feliz y emocionado por ello al igual que Atonio, el otro seminarista fiyiano aquí conmigo. Finalmente empezamos la jardinería. El espacio era bastante grande, pero el suelo no era impresionante. Parecía muy polvoriento seco e inútil, pero tenía un grifo de agua instalado allí que nos dio un poco de esperanza. Primeramente, cavamos algunas parcelas, conseguimos un poco de estiércol y al tercer día empezamos a plantar. Las tres primeras parcelas que plantamos no germinaron, pero nunca nos dimos por vencidos y seguimos excavando más parcelas, poniendo estiércol y regándolas. Había un rayo de esperanza cuando vimos que las patatas habían comenzado a germinar. Fue un tiempo desafiante pero feliz para mí porque estaba haciendo una de las cosas que me encanta hacer.
Me encanta trabajar en la granja, me encanta trabajar con tierra. La tierra es muy significativa para mí porque, antes del seminario, pasé la mayor parte de mi tiempo trabajando en la granja. Trabajar con la tierra nos ayuda a dejar ir las cosas que están fuera de nuestro control y a aceptar lo que hay allí y a seguir adelante con ello. Creo que, como misioneros, necesitamos tener la actitud de un agricultor. Los agricultores siempre están llenos de esperanza y son personas de compromiso. Son muy considerados, no se rinden, son humildes, generosos y llenos de paciencia. Para mí, la jardinería también es una especie de terapia, porque me inspiró a mirar mi propia "tierra" y trabajar en ella mientras cultivaba la tierra real.
Comentarios