Así como el aire que respiramos, el agua es esencial para nuestra vida y bienestar. La persona promedio aquí en los Estados Unidos usa 80 - 100 galones en una variedad de maneras a lo largo de cada día. De hecho, el agua está tan entrelazada con nuestra vida cotidiana que por lo general tomamos este precioso regalo por hecho, y solamente nos detenemos a reflexionar sobre él agua al escuchar una historia sobre las graves consecuencias que surgen al contaminarla.
Desafortunadamente, en las últimas décadas, la contaminación del agua se ha convertido en un problema serio en algunos de los países donde los misioneros columbanos trabajan. Muchas veces es un resultado directo de los efectos ambientales de la minería, cuando los químicos utilizados en el proceso de extracción se filtran en la tierra y el agua con consecuencias devastadoras para la salud y el bienestar de la población local.
En países como Perú y las Filipinas, pueblos indígenas pobres son retirados de sus tierras ancestrales por la minería a gran escala, la cual también envenena su agua, quebrantando así completamente su estilo de vida. Privados de su tierra y de acceso a agua limpia, sus espíritus se secan, sus esperanzas se marchitan y sus sueños se apagan.
No es suficiente el curar las heridas de estas personas que sufren. Más bien, el Evangelio nos obliga a abordar las causas fundamentales de su angustia. Entre estas encontramos nuestro deseo de nuevos productos, lo que a su vez obliga a las empresas mineras a buscar continuamente nuevas fuentes de materias primas. Como consumidores, muchas veces no estamos conscientes de que otros pagan con sus lágrimas por nuestras diversiones. También está el tema de leyes anticuadas que protegen el medio ambiente, lo que permite a las compañías mineras internacionales colocar los beneficios antes que los intereses de la población local. Además, muchas personas indígenas carecen de la educación y la influencia política necesaria para convencer a un consejo corporativo de que su derecho a mantener el acceso a agua limpia tiene prioridad sobre el progreso industrial.
Los misioneros columbanos, que entienden el estilo de vida de la gente local, y que comparten sus preocupaciones y temores, a menudo se encuentran con la tarea de ser los defensores no sólo en nombre del pueblo, sino en nombre de Dios. Ellos entienden que para que la promesa de Dios a través del profeta Ezequiel sea cumplida en el sacramento del bautismo, “derramaré agua limpia sobre ti, y serás limpio. Yo te limpiaré de todas tus impurezas y de todos tus ídolos (36:25)”, entonces el acceso al agua limpia es indispensable no sólo para la vida cotidiana, sino también para una nueva vida en Cristo.
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