Cuando dejé Perú para ir a las Filipinas, me preguntaba ¿qué me iba a encontrar ahí? pensaba Marisol Rojas, una antigua Laica Misionera Columbana. Quizás, por último que esperaba era encontrar un esposo. Esta es un verdadera historia de amor, que se desempeña en contra del ambiente de una misión Columbana, y en la que me siento orgulloso de haber tomado un poquitito de parte.
Los Columbanos no solamente envían sacerdotes y Hermanas en misiones de un país a otro, sino también a laicos comprometidos. La idea es de predicar el Evangelio de Cristo y, al mismo tiempo, enriquecerse mutuamente con los diferentes escenarios y personas.
Marisol nació en una familia Católica en un lugar humilde de Lima, capital de Perú. Desde un principio se conectó con los Columbanos. Sus padres viven en una parroquia Columbana. Fue bautizada por el P. Columbano Peter Woodruff, quien era originario de Australia. Hizo su Primera Comunión y Confirmación en mi parroquia, y más tarde (junto con su hermana) se convirtieron en unas destacadas catequistas.
Inspirada por el trabajo de los Columbanos, decidió dar un paso más y se ofreció a trabajar voluntariamente en el programa de laicos misioneros en el extranjero. Me dió mucho gusto recomendarla y pronto se encontró en camino a las Filipinas.
Desde el principio encontró grandes retos. Se le destinó a la isla de Mindanao, una área arrasada por la pobreza, tifones tropicales y violencia entre las comunidades Cristianas y Musulmanas. Se le envió a la parroquia de Agusan, donde el pastor (P. Columbano Dick Pankratz, Australiano) le pidió que trabajara en el centro para niños sordos.
“Nunca me imaginé que lo podría hacer,” recuerda Marisol, “No solamente aprendí el lenguaje local sino también lengua de señas, y luego verme envuelta en la vida de los niños… sus familias, sus casas, sus comunidades.”
“Tampoco me imaginé lo mucho que esto me iba a afectar,” continúa. “Ellos me dieron tanto de sí mismos, y yo empecé a compartir mucho de mí con ellos.” Su recuerdo más dulce fue del tiempo en que les enseñó los bailes folklóricos peruanos. “Bailaban con mucho entusiasmo, aún cuando no podían escuchar la música. Lloré, estaba tan feliz.”
Mientras tanto, cientos de millas lejos, un joven Filipino de nombre Charito Borra estaba probando su vocación sacerdotal y decidió que no era para él. “El deseo de tener una familia propia era mucho para mi,” él lo recuerda. Mientras decidía qué hacer con su vida, se fue a trabajar con un equipo pastoral a un hospital en la ciudad de Manila.
Después de cuatro años en su posición, los Columbanos le pidieron a Marisol que fuera a Manila y que experimentara con un trabajo pastoral en un hospital… sí, ¡en él mismo hospital y con el mismo equipo de Charito! Parecía que Dios estaba planeando cosas para ellos.
“Fue amor a primera vista,” explica Charito. “Tenias que ser tú,” sonríe Marisol. Ella cayó lentamente por el Filipino habla-suave. Sin embargo, al fin de año, se había hecho atole. Marisol volvió a Mindanao, pero “el cortejo continuó por internet.” Finalmente, dejando su posición en el sur, se reunió con Charito en Manila. Él pidió su mano, y ella aceptó. Ella lo invitó a volver con ella a Perú, y él aceptó.
Fue en este punto en el que yo vuelvo a entrar en la historia. Marisol y Charito volvieron al área de los padres de ella en Lima. Me pidieron que celebrara su boda, y lo hice con mucho gusto. Establecidos en el barrio, los dos obtuvieron trabajo de maestros y empezaron a ayudar en la parroquia. Se volvieron tan populares en nuestra congregación que les nombramos ministros de la Eucaristía. La gente decía que eran un ejemplo viviente de amor. Esta imagen se ha robustecido con el nacimiento de su primer hija, una niña maravillosa que se llama Camila, a quien tuve el privilegio de bautizar.
Al momento de escribir, ellos están esperando un segundo bebé. La vida es feliz para Marisol y Charito, una felicidad que nunca hubiera ocurrido sin los Columbanos. “Los Columbanos me enseñaron como amar,” dice Marisol. “No importa que color eres, o de donde vienes.”
En verdad, esta ha sido una historia de amor Columbana.
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