Cada sábado por la tarde, el P. Paul salía fielmente en su carro por sí mismo. Por muchos años, todo lo que sabía era que se dirigía a una reunión de Jugadores Anónimos en algún lugar de la localidad. No decía nada más acerca de su salida semanal.
Sin embargo, después que el P. Paul sufrió una caída que le requirió un prolongado período de hospitalización, seguido de un tiempo aún más largo de rehabilitación, no le fue posible manejar más. Esta pérdida de la independencia resultó en un cambio de estilo de vida, incluyendo la imposibilidad de atender estas reuniones de Apostadores Anónimos.
Cuando le pregunté al P. Paul acerca de esto, reconoció que, como no había apostado por más de 30 años, no le preocupaba no poder asistir a es reuniones sabatinas. Además, el continuó teniendo contacto con unos pocos compañeros que también se estaban recuperando de la misma adicción. Sin embargo, después de una breve pausa, añadió, “Por muchos años yo he visto mi participación en esas reuniones del sábado en la tarde no solo como un beneficio para mí, pero también como una manera de animar a otros a comenzar o continuar su jornada de recuperación. Yo participaba como cualquier otra persona, pero no oculté el hecho de que soy un sacerdote Católico. Cuando algunos de los participantes escucharon eso por vez primera, se sorprendieron grandemente, pero luego cayeron en la cuenta de que si esta adicción es capaz de atrapar a un sacerdote Católico, entonces no tenían ellos que estar avergonzados de admitir que a ellos también los había atrapado – y ese podía ser el principio de su jornada hacia la recuperación.”
Después de escuchar esto, me aventuré a decir, “No estoy disponible la mayoría de los sábados por la tarde, pero siempre que los esté, yo puedo llevarte ahí.” El resultado de esa conversación fue que una vez cada seis semanas, conduje al P. Paul a la reunión de Apostadores Anónimos.
La primera vez que lo llevé ahí, el P. Paul tuvo que dirigirme, ya que la entrada al salón de la reunión era a través de una puerta trasera de un edificio grande y antiguo. No había señal que indicara que estaba ocurriendo dentro del lugar. A nuestra llegada le pregunté, “¿Cómo puede un recién llegado saber que había una reunión de Apostadores Anónimos en este lugar hoy?” Su respuesta fue simple, “¡Si alguien desea saber, lo descubrirá!”
Había planeado tomar una siesta en el coche mientras el P. Paul atendía la reunión, y me sorprendió, por lo tanto, cuando me invitó a unirme a él. “Yo te voy a presentar. Serás un observador, no digas nada” fue la orientación completa que me hizo.
La junta empezó con presentaciones personales, seguidas por una lectura de un capítulo de un folleto que describe los 12 pasos del programa de recuperación. Luego, los participantes son invitados a compartir lo que deseen sobre sus vidas. Después, se ofrecieron libremente palabras de mutuo aliento y apoyo. Unos pocos de los participantes mencionaron que habían estado en contacto por teléfono con otro miembro que no había podido asistir ese día. La reunión terminó con refrescos.
Durante los próximos años, de tiempo en tiempo, acompañé al P. Paul a sus reuniones del sábado por la tarde. Cuando llegué a entender más profundamente la importancia de esas reuniones para el P. Paul y los otros participantes, también llegué a una mayor apreciación de los regalos que el programa de los 12 pasos podía ofrecer a nuestra sociedad en general.
Esas reuniones semanales de Apostadores Anónimos siguen fielmente un formato sencillo que provee a los participantes con un espacio de descanso en donde pueden experimentar la autoaceptación y el apoyo mutuo. En un mundo que se ha cansado de la novedad y el sensacionalismo, muchas personas se quedan anhelando un oasis semejante.
Aún más, en contraste con el énfasis en el logro personal y la autopromoción en nuestra sociedad, estos lugares de reuniones le dan importancia a compartir la vulnerabilidad y fragilidad personal. Además, para los participantes, ayudar a otros a lo largo de la jornada de la vida es una manera importante de ayudarse a sí mismo.
Aún más, en este tiempo de publicidad masiva, el enfoque altamente discreto de los 12 pasos del programa es refrescante y efectivo – en muchos pueblos y ciudades, milagros semanales tienen lugar en habitaciones del sótano y sin ninguna bandera grande que cuelgue frente a la puerta del edificio,
Un sábado por la tarde cuando volvíamos de la reunión, el P. Paul rompió el silencio, “Me he convertido en una mejor persona y en un mejor sacerdote misionero gracias a mi adicción. Me ha enseñado mucho.” De alguna manera pude comprender lo que decía, gracias al privilegio de haberle acompañado como observador en varias reuniones. ¡Y cómo deseaba que todo el mundo alrededor de nosotros pudiera también ver esa bendición que el P. Paul y sus compañeros de Apostadores Anónimos habían compartido entre sí y conmigo!
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