Luz de la Oscuridad

¿Cómo te llamas? Esta es la pregunta común que acostumbraba a oír cada vez que encontraba a alguna persona en el pueblo de Navatuyaba, Toga, en Rewa, provincia de Fiji donde estoy teniendo mi experiencia en el idioma y la cultura. Contestando a esta pregunta es como contar la historia de mí misma.

En primer lugar, soy misionera laica Columbana aquí en Fiji. Como misionera, mi primer ministerio es aprender el idioma y la cultura de las personas. Preguntar también su nombre al inicio de nuestro encuentro es mi primer paso para hacerme amigo de ellos. Me es muy confuso algunas veces recordar sus nombres en una sola reunión, porque el mismo nombre es frecuentemente transmitido a los miembros de una familia o comunidad. Así que, conocer personas con nombres similares y algunas veces de rostros parecidos. Si llevas el nombre de tu tío o tía, se entiende que es un gran honor y responsabilidad porque lo que das o recibes no es únicamente un nombre, pero la calidad de vida que vives.

En el pueblo, no solamente soy conocida como una misionera de tierras lejanas. Llevo este nombre como una marca a dondequiera que voy y lo que sea que haga. Esta marca le da sentido y propósito a mi experiencia de vida con la gente. Antes de unirme al programa de laicos misioneros Columbanos, vivía y trabajaba en Manila, Filipinas, como educadora en una de las escuelas privadas dirigidas por las religiosas o Hermanas Franciscanas Misioneras de María.

Imagínense la vida y el estrés de vivir y trabajar en un ambiente congestionado donde las personas acostumbraban a salir de la oficina de prisa para evitar el ajetreo y el bullicio de las carreteras congestionadas debido al estancamiento del tráfico y de retrasarse por la cantidad de trabajo por terminar. Ese era mi mundo, y se movía con mucha rapidez. Me la pasaba poniéndome al día y viendo el tiempo pasar rápidamente frente a mis ojos. Entonces, el Señor me sacó de esa clase de vida y me puso en un lugar donde necesito frenar, calmar mi espíritu y únicamente disfrutar escuchando a las personas cuya cultura y forma de vida son totalmente distintas a las mías.

Me quedo con una familia de Fiji en el pueblo. Me levanto temprano a las seis de la mañana para unirme a la oración de la mañana con el Vakavuvuli, o catequista, en el pueblo y con algunos otros católicos que hacen sus oraciones en la iglesia antes de ir a su trabajo y a sus deberes. ¡En la mañana puedes oír a las personas saludándose, “vadra!” con una sonrisa en sus caras. Es una forma abreviada de decir “¡Buenos Días!” Este pequeño gesto de cada mañana me da la sensación de paz y gozo al darle la bienvenida a cada nuevo día. Después de este pequeño intercambio de saludos y conversación, tomamos nuestro té matutino con pan y hago las tareas domésticas. Algunas veces, voy junto con mi madre al pueblo para conseguir conchas y pescar en el río y conseguir una ota, un helecho salvaje, para nuestro plato. Luego, también voy a reunirme a donde sean las reuniones o actividades de la juventud parroquial. Mi madre me lleva a los diferentes eventos en el pueblo, así como de la parroquia para que pueda tener una mejor comprensión y experiencia de la cultura, idioma y fe de las personas. Tuve la oportunidad de atender a celebraciones como bodas, fiestas de cumpleaños, bienvenida a niños recién nacidos, funerales, reuniones familiares, diferentes juntas y reuniones juveniles, hombres y mujeres de otras religiones, incluso beber yagona, su bebida tradicional. Luego los domingos, doy la Catequesis dominical del Evangelio a los niños y la catequesis Mariana en sus fiestas.

Al principio, solamente observaba y escuchaba a las personas, aunque no podía entender su lenguaje. Quería hablar o unirme a la conversación y reír con ellos también, pero lo único que podía hacer era sonreír y decir “¡Bula!” que significa hola, “¡Moce!, o adiós, and “Vinaka Vakaleyu” ¡muchas gracias! Después de haber escuchado hablar Bauan, su idioma nacional, algunas veces me sentí frustrada porque apenas podía entenderlos y sentí que era muy lenta para aprender. Es como ser niña de nuevo, aprendiendo a hablar, comer, gatear y pararse y siempre diciéndome que hacer y decir Sin duda, aprender un idioma lleva tiempo y mucha humildad y paciencia en tu cubeta. Había veces que me preguntaba ¿por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy aquí tratando de hablar lo que la gente está hablando, comer lo que comen, vestirse como se visten y mucho más? Pero la respuesta a estas preguntas me sorprendió a medida que lentamente aprendo el idioma y elimino mis juicios y prejuicios. ¡Es como ver una luz en la oscuridad!

Las cosas que he hecho, y las palabras que he escuchado y hablado me llevan a un significado y propósito más profundo cuando lentamente aprendo a abrazar su cultura y forma de actuar. Estas realizaciones lentamente me han transformado y ayudado a ver la belleza y maravillas de su cantos y oraciones, su música, su comida, su idioma, su forma de expresar su fe y unidad, sus valores culturales. ¡Sin duda de que he comenzado a sentirme en casa!

Lo que más me gusta de la gente en el pueblo es su actitud de bienvenida. Para mí, su manera de saludar a alguien “Bula” con un correspondiente saludo de mano es muy significativo. Bula es algo más que decir “hola.” También significa vida. El saludo de mano es simplemente un gesto que te conecta con la persona. Es como un ofrecimiento de amistad y saludar la vida sagrada de uno. Recuerdo que Jesús dice en Juan 10b:10 “He venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.” Es la “Bula” de Jesús, su iniciativa de hacer amistad con nosotros deseando y de compartir Su amor y gozo completamente. Me di cuenta de que, mi misión aquí no es sólo compartir mi vida con el pueblo de Dios en Fiji, pero más que nada me he dado cuenta de que es un encuentro con Cristo mismo en la vida de otros, compartiendo vida con El y creciendo en fe, gozo y amor con el y siendo vulnerable ante El. Es una experiencia de llegar a ser uno con las personas compartiendo sus gozos y luchas de cada día descubriendo lo que Dios ha hecho en su jornada y vida de fe.

El gran desafío que encontré en el pueblo y que aún sigue siendo un desafío es el beber Kava que es también conocida como yagona. Viene de la raíz del arbusto yagona (piper methysticum). Las raíces se muelen y se cuelan con agua que cuando la tomas, adormece la boca, lengua y labios y te da una sensación de relajamiento. Para mí, es un reto porque parece que estoy bebiendo agua sosa, agua turbia… Así que, me he dicho a mí misma que tengo que tomarla porque ellos dicen que es la universidad para aprender el idioma. Beber Yaqona es una manera para las personas en el pueblo de convivir todos juntos, intercambiar bromas y compartir historias. Así que cuando es mi turno de beber. Tomo la copa y oro en silencio, “¡Jesús, esta copa es por ti, salud!” hasta que me encuentro no sólo bebiendo el yagona, sino también la presencia de las personas alrededor del tanoa, un tazón redondo que usan los Fiyianos para mezclar sus bebidas. Pensé que, si Jesús hubiera sido como un fiyiano, El también hubiera mezclado y bebido yagona y dicho sus parábolas alrededor del tanoa. Compartiendo una bebida de una copa es algo más que únicamente una bebida, pero es una expresión de unidad y amistad. Diría que es una nueva forma de la “mesa de comunión” de Jesús. Por mi experiencia he aprendido el importante significado del intercambio mutuo del don de mi tiempo empleado juntos y escuchando algunas historias sagradas en las que tiene lugar una mutua evangelización. Sin duda, cana una tiene un don que compartir y ofrecer que puede hacer la diferencia en las vidas de los demás.

Me di cuenta de que el mejor don que yo puedo ofrecer es mi don de presencia con mi tiempo y corazón y oídos para escuchar. Simplemente siendo yo misma y tartar a los demás con sinceridad de corazón me ayudan a desarrollar relaciones que se basan en la confianza y respeto mutuo. Este tipo de experiencia con la gente me da una idea de lo que es la misión. Al continuar mi camino, creo que Dios que me ha llamado siempre me sorprenderá con nuevas experiencias y continuará mi corazón. Hoy, puedo decir con mi corazón que, ¡me encuentro en casa en Fiji! ¡Salud por Cristo! ¡Para Él sea la gloria!

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