Querido señor,
todo lo que soy o he llegado a ser, se lo debo en alguna medida
a las generaciones anteriores, especialmente a mis padres.
Te doy gracias, Señor, por las semillas de vida humana
y de vida cristiana que mis padres plantaron a mí.
Que siempre recuerde que nada de lo que el mundo puede ofrecer
es más importante que la responsabilidad de mi familia
y que, más allá de la mera responsabilidad, está el amor.
Mis hijos deben tener el amor que sólo los padres pueden dar.
Que ningún niño mío jamás dude de mi amor.
Nosotros, los seres humanos, somos creados a tu imagen.
Como la Santísima Trinidad, no somos seres solitarios. Estamos hechos para vivir en armonía.
En este momento solemne, prometo nuevamente fidelidad en la alegría y el dolor,
en la salud y la enfermedad,
me comprometo a amar y respetar a cada miembro de mi familia, todos los días de mi vida.
Donde ha habido faltas o desvíos, quiero ser más generoso.
Ayúdame a dar a mi familia el regalo de mi tiempo.
Ayúdame a conseguir el equilibrio adecuado entre el tiempo dedicado a la familia
y otras personas y grupos que reclaman mi tiempo.
Que mis niños no vean a sus padres discutir, compitiendo o menospreciándose el uno al otro,
sino mostrándose afecto y ayudando a los demás.
Que nuestro hogar sea un lugar sagrado donde habita Dios.
Que la Sagrada Familia de Nazaret,
San José, el carpintero justo, la Santísima Virgen María, su mujer sincera y gentil, y Jesús su hijo obediente, sean mi modelo y el ideal que yo trato de seguir en mi hogar.
Amén.
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