En un mundo cada vez más globalizado, no son sólo productos e ideas los que cruzan las fronteras, sino también personas que buscan trabajo, seguridad, oportunidades y, en ocasiones, la simple supervivencia.
Muchas personas encuentran cada vez más difícil mantener una vida digna para sí y para sus familias en sus países natales o en sus comunidades, y por ello se ven forzadas a emigrar. Al extenderse los conflictos, la ecología se destruye, las economías agrarias colapsan y la tierra es entregada a enormes corporaciones que explotan a los trabajadores inmigrantes, robándoles su dignidad humana fundamental. Con frecuencia, los programas de trabajadores invitados alimentan este ciclo de abuso y explotación, dejando a los trabajadores inmigrantes a merced de empleadores y traficantes. Las violaciones contractuales, el abuso físico y verbal, incluyendo el abuso sexual de mujeres, la xenophobia y la discriminación, tanto en el trabajo como en la sociedad en general, son experiencias típicas del migrante.
En los Estados Unidos es evidente que el actual sistema de inmigración necesita una amplia reforma. Los trabajadores inmigrantes son algunos de los más explotados que hay en el mundo; aún así, la mano de obra inmigrante es la columna vertebral de muchas economías. Instituciones como la Organización de Comercio Mundial y los tratados de comercio buscan transformar en mercancía el trabajo inmigrante, reconociendo solamente su potencial económico, deshumanizando al trabajdor.
Las políticas y prácticas existentes empujan a los inmigrantes a las sombras de la sociedad, manteniéndolos en un estado semipermanente de inseguridad y vulnerabilidad.
Mientras tanto, cientos de personas mueren cada año en el desierto intentando cruzar la línea fronteriza entre Mèxico y los Estados Unidos, debido a una falta de acceso a alternativas humanas, legales y seguras.
La creciente militarización de la región fronteriza en el suroeste del país, y la criminalización de los migrantes y de aquellos que buscan proporcionarles ayuda humanitaria, no harán nada para resolver el problema. Creemos que cualquier propuesta justa para una reforma migratoria debe enfrentar las causas que son raíz de la migración, incluyendo la pobreza y los conflictos, y a la vez reconocer las positivas contribuciones sociales, culturales y económicas que los inmigrantes hacen a nuestra sociedad. Debe incluir, mínimamente, la oportunidad para que los trabajadores inmigrantes que ya se encuentran en el país regularicen su estado; también, un camino a la ciudadanía para aquellos que la deseen; y disposiciones para la reunificación de familias y la creación de una manera digna y segura para que futuros inmigrantes entren y trabajen en el país de una manera legal.
La Enseñanza Social de la Iglesia Católica reconoce el derecho de emigrar, pero también el derecho de no tener que emigrar, pidiéndonos por un lado acoger a los inmigrantes en nuestras comunidades y parroquias, y por otro lado trabajar para corregir las causas que son raíz de la migración, incluyendo la injusticia económica, los conflictos armados y la persecución política o religiosa. La dignidad humana básica y los derechos de los migrantes deben ser respetados sin tomar en cuenta de qué país vengan o qué documentación tengan o no tengan.
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