Una de las mayores ilusiones al preparar nuestras casas para la Navidad es encontrar el lugar perfecto para el pesebre. Todos nos llenamos de ilusión por el día en que podamos poner el Niñito Jesús en su cunita y celebrar su nacimiento. Es fácil ver el nacimiento como una gran celebración porque eso es lo que nos han enseñado y no es que el nacimiento no sea motivo de alegría, pero también debemos pensar en las verdaderas condiciones del nacimiento de Jesús.
El padre Shay Cullen escribió en uno de sus artículos sobre el verdadero nacimiento que fue: “un doloroso y peligroso nacimiento de un niño a padres de recursos escasos que no pudieron conseguir un lugar en el hostal de Belén. No hubo comadrona, paños limpios, agua calienta, luz en la oscuridad o alrededores limpios.” Esa es la realidad que no es visible en los hermosos nacimientos que ponemos en nuestras casas.
Creo que muchos de nosotros hemos pensado en la falta de ropa limpia y en los olores del pesebre, quizás en el catecismo o en una homilía durante el adviento. Sin embargo, ¿cuantos de nosotros, envueltos en la alegría de las fiestas, hemos pensado en la falta de luz en la penumbra de ese día? ¿Hemos tenido tan siquiera tiempo para pensar en eso cuando cada domingo encendemos una vela?
Las palabras del padre Shay me hicieron pensar en las miles de imágenes del nacimiento, todas con la luz de la estrella de Belén. Y claro, ¿cómo pintar el nacimiento sin luz? – no veríamos nada. Igualmente, me hicieron pensar en el mayor símbolo del adviento: la corona. La luz siempre ha sido céntrica en la Navidad, pero creo que es importante reflexionar en estos días antes de Navidad sobre la oscuridad del pesebre.
Hasta el camino que tuvieron que recorrer María y José era uno de oscuridad. Un camino solitario donde solo encontraban rechazo, pero igual tenían el regocijo en la bendición que llevaba María en su oscuro vientre. Y parece que era la voluntad de Dios que su Hijo no naciera en la comodidad ni en la luz. Quizás Él quería que naciera en la oscuridad para poder demostrarle al mundo Su presencia en las noches y no solo en los días.
El mundo nos ha inculcado que en la oscuridad no pasa nada bueno. Que la oscuridad está hecha para el pecado y para ocultar la maldad. Desde que somos pequeños nos dicen que Dios está en todas partes, entonces ¿por qué es tan difícil creer que Dios también existe en la oscuridad? – que mayor prueba que el Nacimiento. La luz del mundo nació en las tinieblas de Belén. Entonces, ya no podemos decir que Dios no existe en la oscuridad porque en ella nació su único Hijo.
Reflexionemos pues, en las velas de la corona de Adviento, cada una va alumbrando el camino para el Divino Niño. Pero, quizás debamos tomar el tiempo estas Navidades para apagar las velas, las luces, la televisión, los celulares, y vivir unos minutos en la oscuridad del pesebre y del camino en Belén. Seamos solidarios con las condiciones en las que vino Jesús al mundo y veamos su rostro en la noche.
No tomemos esta exhortación como regaño ni miremos la Navidad con seriedad y tristeza. Sí, es cierto que las condiciones en las que vino al mundo Jesús no fueron buenas y muchos niños hoy en día nacen en las mismas condiciones, pero que esto nos sirva de consuelo. Consuelo de que aun en los peores momentos, aun en las tinieblas emocionales, en las casas sin luz después de una tormenta, en los hogares sin luz por la pobreza, viene a nacer el Niñito Jesús - a traer vida y alegría a la oscuridad; a hacerla igual de santa que la luz.
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