Mi padre era un granjero trabajador que sentía una responsabilidad de apoyar a nuestra familia de once. Lluvia o sol, él trabajaba largos días en el campo y encontraba gran satisfacción en el trabajo físico. Sin embargo, una vez que entraba a nuestra casa, renunciaba toda responsabilidad a mi madre, que se hacía cargo de la cocina, lavandería y limpieza. Este ritmo de vida era natural para mi padre, el siendo hijo único, con cuatro hermanas mayores y cuatro más que eran menores que él.
Mi padre tuvo la suerte de tener una constitución fuerte y saludable que le permitió dedicarse al trabajo físico hasta los setenta años. Para entonces, mis hermanos y yo habíamos crecido, dejándolo a él y a mi madre en casa. Alrededor de ese tiempo se sometió a una cirugía menor y el doctor le aconsejó no realizar ningún trabajo físico o pesado por un mes. ¡Eso debió de ser el mes más largo de la vida de mi padre! Estar desocupado lo ponía inquieto y se sentía frustrado por no poder trabajar en el campo. Tal vez, por puro aburrimiento, comenzó a ayudar en los quehaceres de la casa. Para gran sorpresa de mi madre, comenzó a preparar la mesa para comidas, lavar los platos después y limpiar la cocina. Además, cuando terminó su período de convalecencia, continuó haciendo una parte de las tareas domésticas.
Más tarde, ese año, cuando fui a casa de vacaciones, me sorprendí al descubrir que mi padre se había domesticado. Cuando le comenté esto, él comentó que no había nadie más sorprendido que él. Admitió que siempre había considerado que el trabajo doméstico era ligero y fácil en comparación con el trabajo físico del campo. Además, la cocina le había parecido siempre un ambiente mucho más agradable y predecible que el aire libre, donde uno tenía que negociar con el clima. El reconoció que el ayudar en el hogar le había cambiado mucho su perspectiva sobre la contribución de mi madre a la vida familiar. Aunque siempre había reconocido su dedicación, había llegado a una apreciación más profunda de los desafíos que mi madre había enfrentado en el mantenimiento de la casa. “Aunque sólo hay dos de nosotros aquí, no puedo creer la cantidad de trabajo que se lleva preparar una comida. ¿Cómo habrá sido para tu madre el continuamente alimentar a once de nosotros?”, reflexionó en voz alta.
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