Durante mi visita a Nuevo México, conocí a Rita. Al estar en su casa, inmediatamente noté vibraciones y sonidos. Rita me dijo que era un problema constante porque su casa estaba bajo la tubería de una fábrica de aserrín. No importa cuántas veces limpie, su casa siempre está llena de polvo y sucio. La ciudad hasta le advirtió a Rita que no bebiera del agua de su pozo.
Esta era su única fuente de agua. La ha usado por años para los vegetales en su jardín y los alimentos de su familia. Con dolor y tristeza en sus ojos, me dijo “no tengo dinero para comprar agua embotellada o vegetales. Sé que le doy agua y comida contaminada a mis nietos. ¿Qué podemos hacer?”
En otra ocasión, conocí a María, una joven quien recién había perdido su bebé. Había nacido saludable, pero después de un mes fue diagnosticado como niño azul, una condición que afecta los niveles de nitrato en la sangre. Él murió porque ella le daba de tomar del agua de pozo contaminada por una fuga de combustible de la base aeronaval cercana. María y su esposo estaban devastados. La base negó que el agua estaba contaminada. Ella no podía pagar para que inspeccionaran el agua. Con ojos rogantes me preguntó: “¿Qué podemos hacer?”
En 1990, conocí dos jóvenes del Congo. Entre sus reuniones, quisieron visitar el zoológico nacional. Durante su visita, se emocionaron al ver la gran casa de los monos. Al ver los gorilas, comenzaron a llorar. Uno de ellos dijo: “aunque estos gorilas originalmente son de nuestro país, nunca hemos visto uno y nuestros hijos probablemente no los verán antes de que se extingan. ¿Qué podemos hacer?”
Los problemas de Rita, María y los jóvenes no son mis problemas, pero al escuchar sus historias de lucha y sobrevivencia, entendí que la justicia ambiental es una lucha de por vida y una parte esencial de ser hijos de Dios. Como Papa Francisco nos enseña: si queremos un mundo mejor para nuestros hijos y nietos, tenemos que convertir el sufrimiento del mundo en nuestro sufrimiento. Solo así podemos descubrir que podemos hacer.
1. Paciencia: no permitan que las enormidades de los problemas mundiales te paralicen. No estás obligado a completar el trabajo, pero tampoco eres libre para abandonarlo. Si te sientes agobiado, recomiendo la oración de Oscar Romero: Un paso a lo largo del camino.
2. Fe: descubre lo que tu fe dice sobre el ambiente. Cada fe tiene su propio tesoro de conocimiento que puedes incorporar en tus oraciones y otras prácticas espirituales.
3. Solidaridad: investiga cuales comunidades a tu alrededor son impactadas por problemas ambientales. Escucha sus historias y ábrete al conocimiento de sus experiencias. Hay algunas maneras en las que puedes conocer las comunidades afectadas en tu área. Visita la página “Enivronmental Justice” de la EPA (Agencia de Protección Ambiental) o investiga si vives cerca de una prioridad nacional.
4. Edúcate: hay muchos problemas ambientales: contaminación del agua, industrias de extracción, cambio climático, etc. Escoge uno o dos subtemas y aprende un poco sobre ellos. No necesitas ser experto (¡para eso son los científicos!) pero un conocimiento fundamental es necesario. Lo mejor es que es muy fácil encontrar información.
5. Estilo de vida: puedes hacer cambios sencillos y rápidos hoy que reduzcan dramáticamente tu impacto en el medio ambiente. Piensa en las formas en que puedes hacer tus quehaceres diarios de manera ecológica. En vez de echar comida a la basura, úsala para composta. En vez de usar Google, utiliza Ecosia. Un estilo de vida más sencillo y gentil con el medio ambiente es más fácil de lograr de lo que piensas. Hay artículos sobre ellos en forma de lista en todas partes
6. Aboga: los gobiernos tienen la responsabilidad de asegurarse que nuestro ambiente (aire, agua, tierra, etc.) sea limpio y seguro para todos. Alza tu voz en apoyo de las medidas de sentido común y que apoyan a las comunidades afectadas. ¿Sabías que la EPA ha retrasado, debilitado o eliminado más de 80 leyes de protección ambiental en los pasados 2 años? Escríbele a tu congresista, quien supervisa a la agencia, y dile que apoye medidas de sentido común para un ambiente limpio y seguro.
7. Amistad: la manera en la que vivimos muchas veces nos desconecta de las realidades de la naturaleza. Muchas veces no interactuamos con la naturaleza ni en lo más mínimo. Intenta “hacerte amigo” de la naturaleza al explorarla más a menudo. Únete a un jardín comunal (o crea uno), visita o se voluntario en un parque local o santuario natural o aprende algo que no conocías sobre la naturaleza. Como nos recuerda San Francisco de Asís en su poema místico “Cántico de la creación,” todos – humanos, animales y naturaleza – somos parte de la misma familia.
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