Si pudiera estar parada frente a la crucifixión de Jesús en el Calvario, ¿qué sentiría o pensaría? ¿Qué haría o diría? ¿Qué harías o dirías? El sentido de la palabra crucifixión en el Antiguo Testamento era terrible y horroroso. Este tipo de ejecución estaba reservado por los romanos para aquellos que eran encontrados culpables de sedición en contra del estado.
Criminales públicos, traidores y rebeldes eran también condenados a esta clase de castigo. Era la más humillante de las muertes. Desnudaba a la persona humana de su dignidad y de todo lo que le correspondía. El libro del Deuteronomio, capítulo 21 dice, “Si un hombre es encontrado culpable de un delito capital, debes matarlo colgándole de un árbol”. En otra parte dice, “Maldito sea cualquiera que cuelgue de un árbol”.
Jesús colgó de un árbol, dos vigas de madera, una vertical y otra horizontal. Los soldados incluso abrieron Su corazón con una espada para que no quedara ninguna señal de vida en Su cuerpo extenuado. Pero incluso entonces, después de todo lo que había sufrido, susurró, “Vuelve a Mi con todo tu corazón”.
Por un momento veamos el crucifijo. Este es sin duda uno de los más grandes actos de fe que podemos hacer. Es la más profunda oración contemplativa en la que podemos perdernos. Estamos mirando al Hijo de Dios que se convirtió libremente en humano como nosotros y quien sufrió intensamente por ti y por mí. Cuando miramos a Sus ojos tristes, le escuchamos decir, “¿Hubo alguna vez un sufrimiento como el mío?” Sus brazos están abiertos invitándonos, “Vengan a Mí todos los que están cansados y agobiados, y yo los refrescaré”.
Hagamos un esfuerzo para volver a Él. Él nos conoce mejor de lo que nosotros nos conocemos. Que gran sentido de seguridad y pertenencia podemos tener al callarnos y mirar a Su rostro. Sus ojos tristes están llenos de compasión y misericordia implorándonos que aceptemos su tremendo amor. No tenemos que decir o hacer nada. El conoce nuestras necesidades.
Dejemos que nuestras preocupaciones y ansiedades, nuestros dolores y sufrimientos sean absorbidos por los Suyos. Entonces, la paz eterna fluirá en nuestros corazones y almas. Jesús parece derrotado. Ha perdido todo y ha sido abandonado por muchos. ¿Por qué creer entonces en Él? Seguramente porque Él venció a la muerte y resucitó de la tumba en Su cuerpo glorificado y regresó a Su Padre.
El abrió el camino para que cada uno resucitemos de entre los muertos y seamos unidos en el Corazón de la Santísima Trinidad por toda la eternidad con todos nuestros amados difuntos que nos están esperando. Ellos ya están en el corazón de la Trinidad.
Sagrado Corazón de Jesús, pongo toda mi confianza en Ti.
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