El Ping-pong jugó un papel fundamental en el deshielo de comunicación entre la República Popular China y los Estados Unidos de América en los 1970s. Aunque estaba muy lejos de ser la causa, ya que la fricción con Rusia ya estaba girando a Beijing hacia Washington, un simple gesto de bienvenida de Zhuang Zedong, un miembro del Equipo Chino de Tenis de Mesa en el Campeonato Mundial de Nagoya, hacia un varado rival estadunidense, resultó ser un importante analizador para el deshielo.
Zhuang superó una vida de educación antiestadounidense para darle un pequeño regalo a Glenn Cowan, quién estaba pidiendo un raite en el autobús del equipo Chino después de haber perdido el suyo. El regalo de una pintura de pantalla barata de una escena de montaña de su país de origen puede haber sido pequeño, pero fue lo mejor que Zhuang pudo encontrar en su bolsa.
El entonces presidente del Partido Comunista Chino, Mao Zedong, describió más tarde a Zhuang como teniendo buenas manos para el tenis de mesa, antes de añadir con entusiasmo, ¡y una buena cabeza para las relaciones internacionales! Si bien las relaciones internacionales estaban muy lejos del pensamiento de Zhuang en ese momento, ha pasado a la historia como un importante jugador en el impulso de lo que hoy se conoce como Diplomacia del Ping-Pong.
Y todo empezó con dos agonizantes decisiones. En primer lugar, dando la bienvenida a un extranjero del enemigo número uno de China, y, en segundo lugar, dando al solitario estadounidense un recuerdo de su reunión. Los dos actuaron en contra de la educación de toda su vida.
En cualquier otra circunstancia, el gesto de Zhuang habría pasado desapercibido por el mundo.
Fue un acto valiente de dar, pero en gran parte su poder recae en la gracia y alegría con la que Cowan lo recibió y agradeció el regalo.
Si bien, naturalmente, hay más que añadir a esta historia, fue el tipo de encuentro que un monje inglés de hace unos 800 años como una combinación de creencia en el otro, harmonía del alma, un profundo respeto y una fuerte dosis de buena voluntad, que señaló, pueden dar frutos inimaginables.
Los regalos juegan un papel importante en nuestra sociedad y la Navidad es la mayor temporada de regalos. Algunos regalos son apreciados y son fuente de gran alegría, otros se hacen a un lado con poco cuidado e incluso se pasan a otros. Tal vez sea cierto que la intención es la que cuenta, pero el pensamiento único y bien considerado puede valer más que mil no pensados.
Hay ocasiones en que la sociedad dictan lo regalos. Se espera poco. El simple recuerdo puede ser apreciado, pero igualmente considerado con desprecio. Ignorar la ocasión puede ser una fuente de rencor.
Hay muchas dimensiones en la entrega de regalos, y el Adviento es un buen tiempo para pensarlo. Nuestras compras tienen un impacto económico, por lo que podemos pensar en donde lo obtenemos. Podemos escoger apoyar grandes empresas o pequeños negocios. Y, lo más importante, podemos preguntar acerca de las condiciones de trabajo de la mano de obra, más que el atractivo asociado a la etiqueta del fabricante.
Hay algunas cosas que podemos hacer nosotros, que pueden tocar profundamente al que lo recibe. Otros pueden relacionarse con una ocasión importante en la relación. Podemos dar una experiencia, un viaje a un sitio histórico o lugar importante para quien lo recibe.
El pensamiento y la preparación que ponemos al escoger un regalo puede añadir un gran gozo tanto a la donación como la alegría de recibir. No tiene que ser un diseño de marca, sino que esté diseñada para la persona que lo recibe al final y puede ser un gran impulso a la relación entre nosotros.
No todos nuestros regalos pueden ser tan extraordinarios como el del jugador de tenis de mesa chino, pero quizás un regalo dado a alguien o a una empresa que consideramos nuestro enemigo puede hacer maravillas en nuestra habilidad de recibir con gracia lo que es verdaderamente vivificante.
Durante el Adviento, preparamos nuestras almas para dar la bienvenida al Cristo Niño. Estamos en el extremo que recibe este regalo, y eso es un desafío. Es el regalo diseñado para nosotros por Dios y preparar lo que vamos a dar a otros nos puede ayudar a prepararnos a recibir el más precioso regalo de todos, el amor supremo de Dios.
Dando con amor y recibiendo con gozo, puede ser una combinación de creer en el otro, armonía del alma, profundo respeto y una gran dosis de buena voluntad, que pueden producir frutos inimaginables.
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