Una de las citas más famosas del Papa Francisco es la de quiénes somos sacerdotes, nosotros “pastores,” debemos “oler a ovejas.” ¡Qué grande y penetrante imagen! Asumir el olor de las ovejas no podrá llevarse a cabo distanciándonos de las personas y de sus luchas diarias. Lamentablemente, es probable que no hay palabras más ciertas en la Biblia que, “a los pobres siempre los tendrán con ustedes.”
A principios de este año, en todo el país, se nos pidió practicar la “distancia social” por el bien de todos. Muchos sacerdotes usaron el teléfono y el correo electrónico y las redes sociales y transmisión en vivo para estar presente en medio de sus gentes. Pero los pobres no tienen mucho acceso a los teléfonos celulares o computadoras.
¿Cómo podemos estar cerca de las personas y acatar esta “casi cuarentena” al mismo tiempo? Es desalentador vivir y ejercer el ministerio en estos tiempos difíciles, ¿no es así? Primero que nada, tenemos que cuidar de nosotros mismos, y, como San Pablo nos aconseja, “Que la paz de Cristo controle sus corazones.” La contemplación y la acción deben mantenerse en equilibrio. Esa es sin duda la mitad de la batalla.
En la pandemia de este año, era tan fácil volverse miope y únicamente atender lo que estaba cerca de nosotros. Sin embargo, algunas personas en este tiempo de prueba fortalecieron su fe. Para otros, su débil flama de fe empezó a parpadear con vientos violentos de preocupación.
¿Cuántas de nuestras preocupaciones resultaron innecesarias y cuántas veces en el Evangelio, Jesús en varios pasajes dice, “no dejen que su corazón se perturbe, crean en Dios, crean también en mí? Cuando volvemos a mirar los meses pasados, ¿podemos ver un patrón combatiendo nuestras ansiedades a través de la confianza en Jesús? ¿O teníamos miedo? Dicen que hay solamente dos emociones en Wall Street; la primera es codicia, y la segunda es temor.
Ciertamente, en Marzo el temor estaba en el asiento del chofer y nos llevó a dar un paseo salvaje. Muchos sintieron ansiedad mientras observaban con horror y sin soportar mirar sus carteras encogidas. Los colegios y las comunidades religiosas vieron cómo se empequeñecían sus dotaciones.
Un amigo me escribió estas palabras de aliento, “Construimos iglesias, y enviamos misioneros por todo el mundo, para convertir a las personas y cambiar sus vidas. No me puedo imaginar que Dios no nos va a ayudar a descubrir algo para que todo esto no se desperdicie. ¡No puedo creerlo en absoluto!
Visto de otra manera, en el mundo que desprende el olor a la codicia, miedo, indiferencia, e injusticia, los seguidores de Jesús deben traer la fragancia de la confianza en Cristo.
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