De Filipinas a Irlanda
El tiempo pasó tan rápido, desapercibido. Parece que fue ayer cuando llegué de las Filipinas a Irlanda y ahora mi compromiso de tres años cruzando fronteras culturales está a punto de terminar. ¡Siento que tres años se han pasado volando! Siento que recién empiezo a encontrar mi camino, enamorándome con el lugar y su gente y de repente debo de partir. Sé que les voy a hacer falta a mis nuevos amigos en la comunidad, mi participación pastoral y sobre todo a la gente de mi ministerio. Me siento triste, pero a la vez, también deseo regresar a las Filipinas, a mi casa y ver a mi familia.
Después de mi preparación para ser laica misionera con la Sociedad de San Columbano, me asignaron a Ashbourne, County Meath en Irlanda. Los primeros meses de mi ministerio fueron un reto. Tuve que mirar, escuchar y observar para comprender e integrarme a la vida parroquial en la comunidad. ¡Pero me sentí tan recompensada con bendiciones! Ashbourne es una vibrante comunidad de gente hospitalaria, amable y generosa. Los sacerdotes y los feligreses me dieron un gran apoyo, comprensión y cariño que me hicieron sentir como en casa. Sentí un sincero ambiente de fidelidad, compromiso, compartiendo el duro trabajo y esfuerzo por la unidad. Me conmovió la humildad y cualidades de liderazgo de nuestro párroco y del coadjutor. Sus actitudes abiertas dieron confianza a los feligreses para compartir sus pensamientos y sentimientos. Me sentí muy afortunada de pertenecer a dicha comunidad y poder compartir mi presencia y dar apoyo a las personas.
Ashbourne es una comunidad diversa, y no hubo ningún ministerio o apostolado esperándome cuando llegué a la parroquia. Así que tuve que ponerme a disposición y ser flexible para responder a lo que fuera necesario. Me dijeron que al estar presente, un misionero ya está haciendo misión a través de su presencia, pero eso no fue suficiente para mí. Me sentía incómoda por no tener mi propio ministerio. Me asocio a mí misma mucho con Marta en el Evangelio. Me siento inútil si no hago algo, porque ¡yo sé que tengo talentos, dones y habilidades para pulir! Y no compartir estos talentos, dones y habilidades para mí es un pecado. Me temo que un día Dios me pregunte por qué no usé los talentos que Él me dio.
Después de unos meses de escuchar y observar la vida parroquial empecé a encontrar mi lugar. Me ofrecí a unirme a una reunión de personas mayores todos los lunes y visité la clase de confirmación en las escuelas. La clase de confirmación es parte del programa de padres y maestros, que es un ministerio basado en la parroquia. He encontrado la alegría de ayudar a la parroquia en las celebraciones litúrgicas y visitar a los enfermos y ancianos en sus hogares.
Durante mis tres años en Irlanda, tuve altibajos, especialmente cuando los miembros de mi familia (mis padres, especialmente mi amado padre) en las Filipinas estuvieron en el hospital. Durante estos tiempos, me sentí reconfortada por Dios a través de la amabilidad, la bondad, el amor y la presencia de amigos. El apoyo incondicional de la gente a mi alrededor me dio la fuerza y ??la inspiración en mi compromiso misionero.
Una de las oportunidades más memorables fue asistir a una semana de talleres y conferencias de RICA (Rito de Iniciación para Adultos), de Dublín. Nunca he tenido ninguna experiencia de dar formación a personas que querían convertirse al catolicismo. La experiencia fue totalmente nueva para mí. Para caminar con las personas que vienen de diferentes países, tradiciones religiosas/creencias y culturas. Todo esto fue un gran desafío para mí. Entonces me di cuenta de lo importante que eran mi fe, y mi cultura para poder ser misionera. La fe en Dios, ante todo, es la receta más importante en la misión. Sé que yo no puedo hacer las cosas por mí misma. Sin Él nada soy.
Mi experiencia de caminar con la gente de diferentes culturas, antecedentes y razas ha enriquecido mi vida, mi capacidad y apertura a escuchar y aprender de sus experiencias. Ellos me han enseñado a ser más flexible, más amorosa, compasiva y bondadosa. El caminar con ellos fue una experiencia en humildad. Por eso, me siento verdaderamente agradecida y me enorgullece poder decir que después de tres años, la gratitud es el lenguaje de mi corazón. ¡Todo se lo debo a Dios! Gracias por una experiencia tan enriquecedora de misión. Ahora yo realmente puedo decir que lo que más me importa no son mis logros. Más bien, es mi relación con la gente lo que valoro más.
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