Santos
Primera Lectura
Hermanos: Busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Ponganse las armas que Dios les da, para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra los principados, autoridades y poderes que dominan este mundo de tinieblas, contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal.
Por eso, tomen las armas de Dios, para poder resistir en el día fatal y, después de actuar a fondo, mantener las posiciones. Esten firmes, repito: abrochense el cinturón de la verdad, por coraza ponganse la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tengan embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del malo. Tomen por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la palabra de Dios, insistiendo y pidiendo en la oración.
Oren en toda ocasión con la ayuda del Espíritu. Tengan vigilias en que oren con constancia por todos los santos. Pidan también por mí, para que Dios abra mi boca y me conceda palabras que anuncien sin temor el misterio contenido en el Evangelio, del que soy embajador en cadenas. Pidan que tenga valor para hablar de él como debo.
Salmo
Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea.
Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.
Evangelio
En aquella ocasión, se acercaron unos fariseos a decirle: "Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte."
Él contestó: "Vayan a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios: pasado mañana llego a mi término." Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no han querido. Su casa se quedará vacía. Les digo que no me volverán a ver hasta el día que exclamen: "Bendito el que viene en nombre del Señor.""
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