Bienaventurada Madre,
San Agustín, la brillante luz de los doctores, te contempló,
y tú le pareciste tan justa y hermosa,
que te llamó te llamó el semblante de Dios,
y no le pareció una adulación.
Tu devoto hijo Alberto el Grande te contempló,
y le pareció que todas las gracias y dones
que tuvieron las mujeres más célebres de la antigua dispensa,
estaban todas en tí en un grado mayor:
La boca dorada de Sara, que, sonriendo,
regocija Cielo y tierra;
la dulce y tierna mirada de la fiel Lía,
que suaviza el corazón de Dios,
el esplendor del rostro de la hermosa Raquel
que con tu belleza eclipsa al sol;
La gracia y porte de la discreta Abigail,
con lo que apaciguas la ira de Dios,
endurecido en contra de los pecadores;
la vivacidad y fortaleza de la valiente Judith,
por la que tu poder y gracia
dominas los corazones más feroces.
Amen.
San Agustín, la brillante luz de los doctores, te contempló,
y tú le pareciste tan justa y hermosa,
que te llamó te llamó el semblante de Dios,
y no le pareció una adulación.
Tu devoto hijo Alberto el Grande te contempló,
y le pareció que todas las gracias y dones
que tuvieron las mujeres más célebres de la antigua dispensa,
estaban todas en tí en un grado mayor:
La boca dorada de Sara, que, sonriendo,
regocija Cielo y tierra;
la dulce y tierna mirada de la fiel Lía,
que suaviza el corazón de Dios,
el esplendor del rostro de la hermosa Raquel
que con tu belleza eclipsa al sol;
La gracia y porte de la discreta Abigail,
con lo que apaciguas la ira de Dios,
endurecido en contra de los pecadores;
la vivacidad y fortaleza de la valiente Judith,
por la que tu poder y gracia
dominas los corazones más feroces.
Amen.
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