O Dios, que le enseñó a Adán el arte sencilla de labrar la tierra
y quien, mediante Jesucristo, la verdadera vid,
Te revelaste como el agricultor de nuestras almas,
dígnate, Te pedimos, mediante los méritos del Santo Isidore,
a inculcar en nuestros corazones un temor hacia el pecado
y un amor por la oración,
para que, labrando la tierra con el sudor de nuestras frentes,
podamos disfrutar la felicitad eterna en el cielo,
por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
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