O agraciado Maestro,
llena nuestros corazones
con la luz sin mancha de Tu Divina Sabiduría
y abre los ojos de nuestras mentes
para que podamos entender las enseñanzas de Tu Evangelio.
Inculca en nosotros el temor de Tus santísimos mandamientos,
para que después de dominar nuestros deseos carnales,
podamos llevar una vida espiritual,
pensando y haciendo todo para complacerte.
Porque Tu, O Cristo, nuestro Dios,
eres la iluminación de nuestros cuerpos y almas;
y a Ti rendimos gloria,
junto con Tu Padre Eterno
y con todo Tu Santo
Espíritu dador de vida,
por los siglos de los siglos.
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